-¿En qué pensás?- preguntó él, al ver como ella se perdía en el viento con su mirada
-¿Eh?... no… en nada- contesto ella, esquivando, como siempre, su curiosidad
-Ah… bueno…- suspiró él, ella nunca le contó que pasaba por su mente cuando estaban juntos,
“Nunca”, que palabra tan fea, profunda como “eternidad”, pero más corta que “instante”, en todo sentido.
Siempre que ella lo esquivaba solía pensar en las palabras, sus significados y su relación con la forma de escribirlas.
Así, en noches de insomnio, mientras ella estaba profundamente dormida en sus brazos había descubierto que “Brillo” no era mas luminosa que “Blanco”, porque la primera llevaba una letra “O”, y la “O” siempre fue una letra oscura, no como la “A” que siempre fue la más clara de todas. La “E” siempre tuvo ese toque de elegancia y “caradurez”. La “I” siempre fue la más inocente de todas, es mas, él y yo suponemos que aun conserva la virginidad por tener las piernas cerradas… Y la ”U” siempre fue única, como la ultima de las letras posee las características de todas las anteriores, se vuelve ino-cente en “Unicornio”, oscura en “Underworld”, brilla como ninguna en “Unique”, y siempre fue elegante en “Humano”, aunque también ahí se vuelve un poco cruel, por eso creo que la mayor habilidad de la “U” es lastimar.
Las letras cobran vida dentro de las palabras, pero cobran aun más cuando son habla-das, y ni se imaginan cuando son dichas con sentimiento… se siente casi como si uno las pudiera tocar, uno siente como la “A” de la frase “Te amo” araña al alma, al mismo tiempo que la “M” toma papel de médica y cura las heridas de un corazón que al oír la “O” se siente acompañado…
Bueno, a decir verdad, esas son cosas que se le ocurren a gente con mucho tiempo li-bre… o a gente abandonada… sentimentalmente digo… porque está eso de que nunca estamos solos, ni siquiera cuando estamos solos… es largo de explicar pero tiempo es lo que me sobra, y si estas leyendo esto, entonces a vos también te sobra.
(…) Sintió un extraño temblor en el pecho, como siempre, cuando la vio subir al colectivo, sabia que mañana la volvería a ver, pero aun así no quería separarse de ella… aun así sobre él rondaba el miedo de no volver a verla… supongo que saben como se siente, digo, eso de dejar ir a un ser querido… no hablo cuando “se van”, sino cuando sabemos que se van y pueden volver, pero tenemos miedo de que no puedan, que pase algo, o peor, que no pase nada y simplemente no quieran volver. Bueno, esa clase de sensación es la que el tenia cada vez que ella subía a ese colectivo verde manzana (…es curioso, porque es el que viene desde Manzano…), y se iba para volver, y volver a irse, y volver a volver, y volver a volver a irse, y volver a volver a volver…y así sucesiva-mente.
¿Por qué la realidad quiso que vivieran tan lejos el uno del otro? No sabría decirlo, pe-ro si puedo decirte que ellos decidieron vivir juntos, al menos, mientras caminaban de la mano (o abrazados) por las veredas embarradas de La Angostura, o mientras se sentaban para estar solos entre los dos, podían pasar horas (o minutos) así, sin decirse nada, ¿Por qué? Supongo que porque no sabían que decirse, o porque no era no era necesario, que ya estaba todo dicho, o al menos eso creo… (…)
De casualidad varias veces pensé en que sentían aquellas personas que se iban, esas a las que uno siempre extraña, y me los imagine temiendo ser olvidados, asustados de no poder cumplir con lo que esperan de ellos, tal vez mas asustados que de costumbre, aunque luego de las tres veces que se repite el miedo pasa a ser rutina, y medio que uno se acostumbra…perdón, quise decir “y medio que ellos se acostumbran”… y ya el miedo deja de estar tan presente, pero ya es más latente, esperando un momento de debili-dad para atacar y plaff… adiós autoestima.
A veces me pregunto si vale la pena estar tan lejos de los que querés solo para tratar de alcanzar un sueño, me pregunto si vale la pena perder algunos momentos importantes de la vida de alguien especial por algo que ni siquiera sabes si vas a poder conseguir… entonces, ahí es cuando pienso que “a veces los sueños pueden volverse realidad, al menos por un instante, para volver a ser sueños”, por ese instante las esperanzas se re-nuevan, y vale la pena ver morir a uno para salvar a muchos… aunque ese uno seas vos, y esos muchos no sean mas de unos cuantos… lo importante es que vale la pena… ¿lo vale? Si… si no… no lo haría... (…)
-¿En qué pensás?- volvió a preguntar él, medio que adivinando la respuesta.
-En nada…- contesto ella, para no salir de la rutina.
Él sabía que no necesitaba preguntar, y ella sabía que no necesitaba responder, había muchas cosas que terminaban haciendo para no perder la costumbre, así como había muchas otras que ya no hacían para no tener que fingir sorpresa, o al menos, no sentirse culpables por no sentirla.
Se habían acostumbrado el uno al otro, y aun así no se cansaban de estar juntos, y en un principio fue bueno, y en un presente también, y calculo que también lo será en un futuro… o al menos eso espero…
Las Cosas que nunca quise que escucharas
Cuentos Terminales: De amores, confesiones y locuras
T.B.A.
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